El cementerio estaba lleno de flores.
A ninguno nos apetecía ir, porque el tiempo no ha acompañado, estaba algo nublado.
Encontré la tumba de Benito Iribergui, él fue el que inició a la familia en lo de bailar los gigantes, hace muchos años.
Yo, me he cansado, sobre todo cuando tenía que subir la cuesta, aunque a veces me ha ayudado Ana, además el suelo del cementerio tenía algún bache, que he tenido que sortear, está un poco mal, para andar con la silla, pero al final me apañé para poder moverme por allí.
No me gustó ir porque me da miedo pensar en la muerte.
Hasta otra.
Mucho tiempo después, esos seres delicados y fragantes que llamamos flores iban a desempeñar un papel esencial en la evolución de la conciencia en otra especie. Los humanos se iban a sentir cada vez más atraídos y fascinados por ellas. A medida que se desarrollaba la conciencia de los seres humanos, es muy probable que las flores fueran la primera cosa que valoraron sin que tuviera un propósito utilitario para ellos; es decir, sin estar relacionada en modo alguno con la supervivencia. Sirvieron de inspiración a incontables artistas, poetas y místicos. Jesús nos dice que nos fijemos en las flores y aprendamos de ellas a vivir. Se dice que Buda dio una vez un «sermón silencioso», levantando una flor y mirándola. Al cabo de un rato, uno de los presentes, un monje llamado Mahakasyapa, empezó a sonreír. Dicen que fue el único que comprendió el sermón. Según la leyenda, aquella sonrisa (es decir, aquella comprensión) fue transmitida por veintiocho maestros y, mucho después, dio origen al zen.
La belleza de una flor podía despertar a los humanos, aunque fuera brevemente, a la belleza que forma parte esencial de su ser más íntimo, de su verdadera naturaleza. El primer reconocimiento de la belleza fue uno de los hechos más importantes en la evolución de la conciencia humana. Los sentimientos de alegría y amor están intrínsecamente relacionados con ese reconocimiento. Sin que nos diéramos plena cuenta de ello, las flores se iban a convertir para nosotros en una expresión de lo más elevado, lo más sagrado y, en última instancia, lo que no tiene forma que hay dentro de nosotros. Las flores, más efímeras, más etéreas y más delicadas que las plantas de las que brotan, iban a ser mensajeros de otro reino, un puente entre el mundo de las formas físicas y el de lo que no tiene forma. No solo tenían un aroma delicado y agradable para los humanos, sino que además aportaban una fragancia del reino del espíritu. Utilizando la palabra «iluminación» en un sentido más amplio que el aceptado normalmente, podríamos considerar que las flores son la iluminación de las plantas. "
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Un nuevo mundo, ahora. Eckhart Tolle
Fermín: Creo que todos queríamos ir menos tú o sólo me apetecía a mí. Un saludo
ResponderEliminarHola fer. Has puesto en el blog que trbajamos la orientación, para saber como encontrar la calle donde está enterrado, pero ¿Quién está enterrado?. Otra cosa, he detectado varias faltas ortográficas. Corrígelo.
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